El bloguero de hoy en día se sienta ante su teclado y piensa:
"Hoy quisiera
hablar de .... , pero mejor me callo; el último que escribió eso fue denunciado por un lobby, ¿qué habrá sido de él? Después de dar la noticia de la denuncia, no se ha vuelto a decir nada en televisión. De buen gusto escribiera sobre ... ,
pero mejor punto en boca; el guapo que lo hizo por última vez no ha vuelto a escribir en aquel periódico. Pienso que ..., pero sé que me están leyendo,
así que mejor que siga pensándolo y no lo escriba; cuando se atrevió a decirlo el otro, lo echaron del trabajo. Es por eso que me tengo
que callar. Mejor escribo sobre los pajaritos del cielo, las hojas del otoño y el último libro."
Y a esta libertad que tienes de no meterte en líos le llamaron libertad de expresión y libertad de prensa.
Todos los regímenes dictatoriales y autoritarios, del signo que hayan sido, han dispuesto de un sistema de censura: un equipo de censores a sueldo leía los textos y, si lo que se había escrito no se veía con buenos ojos, se secuestraba la edición del periódico, se mandaba requisar sin demora los libros y se ponía a disposición del judicial al infractor. El totalitarismo ha progresado mucho en nuestros tiempos, justamente en virtud de su invisibilidad.
El poder económico, vestido de politico, no tiene ya necesidad de invertir en censores, ha hecho de cada uno de nosotros el peor, el más inflexible censor de sí mismo.
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