Hubo un siglo llamado "Le siècle des Lumières". Nunca en la historia universal se concitaron tantos sofistas más superficiales, aburridos y embusteros que, de modo muy rimbombante, se hacían llamar "philosophes". Uno de los menos conocidos, pese a ser el más caracterizado de todos ellos, fue Voltaire, pseudónimo de François Marie Arouet. Muy jactanciosamente este petimetre calvo con peluca empolvada habló de todo: de todo lo divino y de todo lo humano. Es conocido por su rabioso odio a la Iglesia católica. Es conocido por haber colaborado en la redacción de ese panfleto que, tan pretenciosamente, se hizo llamar "La Enciclopedia". Es conocido como historiador. Es conocido como filósofo. Es presentado como un campeón de la tolerancia, cuando era la peor de las bestias intolerantes y el más frío de los cínicos. Se le tiene como un genial filósofo, cuando no fue otra cosa que un bufón ingenioso. Pero pese a su fama, Voltaire no es conocido: hay muchas cosas que nos ocultan los libros oficiales y oficiosos del progresismo sobre este sinvergüenza con sonrisa diabólica.
Y a la par que nos esconden la poco edificante vida de este siniestro personaje, mientras se le encumbra al olimpo de los grandes hombres, no falta tampoco que se le atribuyan frases que, por más que alguien tenga los hígados de leerse todas sus obras con sus venenosas soflamas, nunca las encontrará en sus escritos. El caso más famoso es esa frase que cualquier indigente cultural de la progresía (de esos que hablan de oídas) tiene pronto en la boca: "Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo". Nunca lo escribió Voltaire, aunque se le añade a su haber. La autora de esta frase apócrifa de Voltaire fue la escritora Evelyn Beatrice Hall, cuando escribió su novela "Los amigos de Voltaire" (1906).
Escritor de éxito en su época, Voltaire fue un hombre de negocios. Y una de sus fuentes de enriquecimiento fue la trata de esclavos. El esclavismo, en pleno auge durante su época, mereció algunas consideraciones escritas. En el mejor de los casos, en una ligera búsqueda por internet, el interesado encontrará algún pasaje que, refiriéndose a la opinión que le merecía a Voltaire la esclavitud, alguien se ha atrevido a hacer. Pero tendrá que buscar mucho en la red, para encontrar algo que dé cumplidamente cuenta de estos negocios de Voltaire. Él, el que acusaba a la Iglesia católica de todos los males; él, el que siempre estaba pronto para atacar el fanatismo y la intolerancia resultaba ser, en su vida empresarial, un tratante de esclavos negros, un negrero. Véase el enlace:
Conoceréis la Verdad.
Se tiene constancia de que Voltaire tenía invertida gran parte de sus ahorros en la Compañía Francesa de las Indias Orientales, que traficaba con esclavos.
Voltaire no fue un gran filósofo, ni un gran historiador, fue un intolerante antieclesiástico y un fanático de las Luces y la logia. Si algo fue en vida fue un esclavista teórico y práctico que cínicamente escribía acusando a otros, mientras su vida no era ni mucho menos ejemplar. Un hipócrita rematado. Y para el presente, podemos decir que representa el antecedente dieciochesco de ese "intelectual orgánico", "animador cultural", "actor activista" que la pseudocultura izquierdista de masas de los siglos XX y XXI llegó a implatar ante la opinión pública, para que sirviera a los fines estratégicos y tácticos de su revolución. Llamar intelectual a cualquiera de esos subalternos del ideólogo es tan demasiado como inmerecido honor para un mercenario, siempre a sueldo de su partido.
Con la genialidad que lo caracterizó, Salvador Dalí compuso un cuadro en que representa el busto de Voltaire en un mercado de esclavos. No se trataba de una arbitrariedad surrealista de Dalí. La mucha cultura del pintor catalán le permitió plantear esta verdad a toda la humanidad, poniendo el busto reconocible de Voltaire en un lugar tan horrible como es un mercado de seres humanos. Una verdad histórica envuelta en la atmósfera onírica, tan inconfundible en los cuadros de Dalí, a la que se suman juegos visuales inspirados en la psicología de la Gestalt. El título de cuadro es elocuente: "Mercado de esclavos con el busto invisible de Voltaire": la genialidad de Dalí consiste en haber pintado el busto de Voltaire que se puede confundir a la vista con unos frailes dominicos. El mensaje es rotundo: Voltaire escondió sus inconfesables negocios inhumanos tras toda la cortina de humo de sus repetidas denuncias de los abusos de la Iglesia católica.
Esperamos en próximas jornadas poner al descubierto más secretos de Voltaire.
Cuadro de Salvador Dalí: Mercado de esclavos con el busto invisible de Voltaire. |
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